¡Qué rico que conectes en mi espacio virtual! Comienzo gritando a viva voz y con una sonrisa grandota que muchas veces, como estoy acostumbrada a trabajar bajo presión, se me olvida bajar revoluciones porque, entre otras cosas, soy perfeccionista. Te cuento por qué.
Desde pequeña se me inculcó a ser responsable con mis proyectos y me he desarrollado exigiéndome hacer las cosas bien, de ser posible, con excelencia y con el mínimo de errores. No importa si estoy realizando tareas simples o multitareas. Muchas veces estas altas exigencias, sin darme cuenta, me han provocado agotamiento mental y físico.
Si por casualidad me preguntas cómo estoy en momentos en que me encuentro enfocada en multitareas, con toda probabilidad contestaré que “ando en un patín con ruedas chuecas”. La gente se ríe cuando contesto esto, pero la frase hace referencia a que ando en un mundo acelerado, en el que se me requiere ser perfecta y excelente, pero como solo tengo un patín para moverme que sus ruedas no están perfectas, es necesario que me tengas paciencia y compasión. Detrás de esa respuesta se refleja agotamiento mental y físico, falta de tranquilidad, ansiedad, y, sobre todo, el deseo continuo de querer bajar revoluciones y permitirme enfocarme en la simplicidad. Sin embargo, mi perfeccionismo es lo que me empuja a seguir adelante.
Siempre he considerado que mi perfeccionismo es una de mis mejores y positivas características. Todo lo que he logrado a lo largo de mi carrera profesional ha tenido ese toque de perfeccionismo. Gracias a esto he logrado muchas satisfacciones y éxitos, aunque haya ocasiones en que mi perfeccionismo puede ser esas ruedas chuecas del patín con el que ando.
El perfeccionismo es un rasgo de la personalidad que se caracteriza por la tendencia a establecer estándares muy altos y la búsqueda constante de la excelencia. A menudo, las personas perfeccionistas tenemos una gran preocupación por los detalles y una fuerte aversión a cometer errores. Es una característica positiva (o adaptativa) cuando se asocia con la fijación de metas altas que sean realistas, y que, en efecto, puedan conducir a la satisfacción y al logro de objetivos.
El perfeccionismo puede ser influenciado por factores culturales y ambientales, como la presión social para tener éxito y la internalización de expectativas externas. En el mundo occidental en el que vivo, creo que podemos decir sin miedo alguno que el perfeccionismo de muchos es creado por estos factores externos. Reconozco que este es mi caso, y eso me puede llevar a que mi perfeccionismo se convierta en una característica negativa (o desadaptativa).
Cuando los estándares y expectativas autoimpuestas son tan altas que resultan inalcanzables, el perfeccionismo se torna negativo. Esto puede conducir a la persona a una serie de consecuencias adversas para la salud mental y el bienestar general. De ahí que muchos perfeccionistas sintamos ansiedad y estrés, procrastinación, depresión, baja autoestima e internalicemos pensamientos rígidos de todo o nada. Además, provoca hacernos comparaciones tóxicas que limitan la creatividad y la flexibilidad mental, lo que, a su vez, puede conducirnos hacia el sobreesfuerzo.
El sobreesfuerzo es el uso de demasiado esfuerzo mental o físico que puede llevar a la fatiga o al agotamiento. Los que somos perfeccionistas fácilmente caemos en este problema. Ponemos esfuerzo excesivo en el logro de esas expectativas – aun siendo realistas – que se nos olvida bajar revoluciones, soltar el control, ver lo simple de las cosas y hasta valorar lo imperfecto, aunque sea por un minuto.
Estamos acostumbrados a vivir a la prisa, bajo el entendido de que la vida es corta y que debemos aprovechar cada minuto. No es culturalmente aceptable tomarse un “break” y bajar revoluciones. Y mientras vivimos de esta forma, nos autoimponemos estándares altos y nos sostenemos en que son alcanzables y reales. Pero cuando no es así, resulta difícil manejar nuestras propias expectativas.
En las culturas orientales no es tan diferente. Por ejemplo, en la cultura japonesa el perfeccionismo es un aspecto profundamente arraigado que influye mucho en la educación, el trabajo y las relaciones sociales. Se manifiesta en la meticulosidad y atención al detalle. También se refleja en el concepto de kaizem o mejora continua, que implica un esfuerzo constante por mejorar y perfeccionar procesos y habilidades.
En el contexto de estas culturas, con el perfeccionismo no solo se trata de lograr resultados impecables, sino también se busca obtener un proceso de crecimiento personal y espiritual. En este sentido, el perfeccionismo es un camino hacia la autodisciplina y automejora que se equilibra con la aceptación de la imperfección natural.
Equilibrio y aceptación de la imperfección natural… ¡ajá!… aquí está la calve y es la diferencia entre la cultura occidental y la oriental. Esto es algo que a los perfeccionistas nos cuesta aprender y practicar. En mi caso, por eso las ruedas chuecas de mi patín me recuerdan que es necesario aceptar la imperfección.
El concepto de aceptación por la imperfección natural se conoce como wabi-sabi en la cultura japonesa. Esta filosofía encuentra belleza en la imperfección, valora la simplicidad y la aceptación de la realidad tal como es, sin buscar cambiarla. Se centra en la apreciación de las cosas tal como son, incluso si están marcadas por el paso del tiempo o por defectos. Además, promueve paz y tranquilidad a través de esa aceptación de la naturaleza efímera de la vida.
Siempre tendré altos estándares y siempre me voy a esforzar por alcanzar la excelencia porque el perfeccionismo se centra en ese proceso de mejora continua. La realidad es que mi perfeccionismo ha sido motivador, me ha conducido a la satisfacción personal y me ha permitido lograr objetivos alcanzables y reales. Pero la línea entre el perfeccionismo positivo y negativo es fina, y para lograr ese equilibrio es importante utilizar técnicas que permitan la autocompasión. La filosofía wabi-sabi es excelente para cuando estoy en esa línea fina.
Todas las noches procuro hacer repaso sobre cómo me fue en el día. El propósito es enfocarme en aquellos buenos comportamientos que realicé. Dentro de ese listado puede estar el aceptar si logré vivir en el presente o si aprecié las pequeñas cosas que a menudo pasan desapercibidas. Si cometí errores, implica aceptarlos, y si no logré completar algún proyecto o tarea, implica aceptar que no soy perfecta y que eso está bien.
El repaso de los buenos comportamientos de hoy me permite crear espacios de vida y trabajo que reflejen simplicidad y tranquilidad, pues solo doy paso a los comportamientos positivos. Si ocurrieron cosas negativas en el día, entonces mi listado se escucharía de esta forma: “esto negativo ocurrió hoy, pero pude ejecutar este buen comportamiento para atender el asunto”. La idea es promoverme un ambiente que sea sereno y libre de distracciones innecesarias, practicar auto compasión y lograr bajar las exigencias para tener ese “break” que mi mente necesita.
Por otro lado, el repaso de buenos comportamientos me permite celebrar mis procesos, en lugar de centrarme en los resultados. Me ayuda a desconectar de aquellas actividades que desencadenan mi perfeccionismo para conectar con la naturaleza y mi alrededor para observar y apreciar la belleza imperfecta y siempre cambiante. Es más, compartir contigo mis experiencias y técnicas para mejorar mi salud integral es una de las formas meditativas de practicar wabi-sabi, en las cuales utilizo conocimientos, arte y creatividad, en este caso, mediante la escritura.
Celebro mi perfeccionismo y esas lindas filosofías, como wabi-sabi, que me enseñan que soy perfectamente imperfecta. Aceptar la belleza en la imperfección, mientras sigo esforzándome por alcanzar la excelencia bajo el entendido de repasar buenos comportamientos para ser compasiva conmigo, es el equilibrio que necesito para bajar revoluciones y ver simplicidad en mi Timbiriche Vida.